Caminar en la montaña





¿POR QUÉ ME GUSTA CAMINAR EN LA MONTAÑA?
¿POR QUÉ LOS INVITO A CAMINAR EN LA MONTAÑA?

Caminar es lindo.
Caminar sin apuro es más lindo,
Caminar por lugares agradables más lindo todavía.
Pero caminar por la montaña tiene algunos condimentos especiales que bien valen el esfuerzo.

El aire en la altura es otro. Es más puro, más liviano, menos denso, no contaminado y, además tiene otra composición, con menos oxígeno. Un desafío adicional para algunas personas sensibles cuando superan ciertos umbrales (más de 3000 msnm, no es el caso de las sierras de Córdoba). Pero además tiene otra energía. Quienes pasan días en la altura, saben de qué se trata.
Los pequeños esfuerzos en la montaña, por las dificultades circunstanciales, hace que se esté más atento, más concentrado en uno, en su cuerpo, en las pisadas y en la respiración. Esto nos pone en una situación de cierta “alerta”, un poco más ubicado en el presente que lo que estamos habitualmente en la rutina diaria.


Al cambiar el terreno por el que se circula, menos llano y menos simple, nuestra “lógica mental” cambia. Porque estamos en un ambientes con cierta dificultad, porque estamos en un lugar nuevo, desconocido y en una situación en que se mueven músculos que habitualmente no lo hacen. Vemos y sentimos cosas bellas y variadas que son un bálsamo para nuestra alma: cerros, valles, quebradas, árboles, agua, sonidos, silencios, vientos, brisas, calores y fríos, aves, olores, colores.
En la montaña es habitual tener vistas panorámicas, perspectivas amplias, mucho más de lo que estamos acostumbrados en la vida cotidiana. Vemos las “cosas” desde otro lugar, vemos más el bosque que al árbol, o, a veces vemos al árbol y, en otro tramo del camino, vemos el bosque! mejor todavía!
Además, es frecuente transpirar con la consecuente liberación de toxinas. Todo el cuerpo trabaja, aunque parezca que las piernas llevan la delantera. El ritmo cardíaco y respiratorio es diferente.
Al estar en situación de paseo la mente está más despreocupada.
El ritmo y la velocidad de caminata están acorde al ritmo natural del lugar. Avanzamos al paso, a la medida de nuestras posibilidades naturales. Todo se acerca y se aleja a ese ritmo, sin apuro, sin motores, sin ruidos.
El ser testigos de la grandeza de la naturaleza, de su inmensidad, permite vernos en el espejo de nuestra habitual arrogancia de “animal inteligente”. Esto facilita relajar nuestra mente y nos lleva a actitudes de respeto, de agradecimiento, de recogimiento. Es un buen hábito solicitar “permiso” a la montaña para ingresar en ella. Es auspicioso y útil pedir su protección y guía. Una pequeña dosis de humildad.

En la montaña todo tiene otro valor: el agua, el alimento, el abrigo. Estamos en una situación más primaria, porque, si bien es circunstancial y sabemos que a la noche, o en uno o algunos días volvemos a la “abundancia” de la civilización, mientras estemos en la montaña dependemos de lo poco que llevamos, lo imprescindible, escaso aunque suficiente. Esto nos lleva a ser más concientes y racionales, más cuidadosos, tanto a la hora de preparar nuestra excursión, como en medio de ella. Un esfuerzo más de concentración, otra pequeña dosis de humildad




Estos cambios hacen que nuestro estado general sea diferente, nuestra percepción sea diferente, un poco más ubicados en el momento presente, tan habituados a estar “enganchados” en el pasado y proyectándonos en el futuro. Nuestro estado de ánimo es otro. Algún místico puede decir que está más cerca de Dios, algún naturalista podrá decir que está más cerca de la naturaleza, algún indigenista podrá sentirse más cerca de nuestros ancestros, de los pueblos originarios, Otro puede sentirse más cerca de la pacha mama. Todos podemos decir…….que estamos más felices!!!!!
La noche, el sueño y el descanso, luego de un día de montaña, en la montaña, es más intenso.


No es casualidad que diferentes pueblos del planeta hayan buscado las alturas como lugares de ofrenda, de peregrinación o de hábitat. Los innumerables sitios arqueológicos (¡mágicos lugares!) ubicados en Catamarca, Salta y Jujuy, entre otros en nuestro país, son testigos de ello.
No es casualidad que el pueblo más espiritual del planeta en la actualidad (el Tibet) sea un país de montañas.
No es casualidad que los habitantes de lugares de altura sean mas longevos que los habitantes del llano.
No es casualidad que mucha del agua que abastece a la población del mundo provenga de cuencas originadas en sitios de altura.
 

Los bellos y sabios cóndores que hace poco tiempo estaban en serio peligro de extinción en las sierras de Córdoba, en los últimos años han tenido una sostenida recuperación. Señal de que algo está cambiando, señal de que algo puede seguir cambiando.
Sin embargo, no sucede lo mismo con la vegetación de las sierras, en especial los árboles, protagonistas fundamentales de conservación de las mismas. La provisión de agua de la mayoría de la población de la provincia de Córdoba proviene de ellas. La recuperación del sustrato arbóreo, la reforestación con especies nativas y la disminución del ganado y clausura paulatina de sectores, es fundamental para revertir el proceso de degradación que se produce en la actualidad. El buen caminante es un guardián que protege las sierras, evitando incendios, observando y colaborando con grupos ecologistas y educando con su ejemplo.  
¡Las sierras, su vegetación y los cóndores nos esperan!
Los invito a caminar en ellas.